INMERSIÓN EN EL
BOXEO; OCIO, JUEGO Y DEPORTE.
Round de sombra*
*Dentro del trabajo que realiza un boxeador en el gimnasio,
existe el round de sombra. Este es el tiempo en que se dedica a tirar golpes al
aire, siempre pensando que está combatiendo con un oponente imaginario,
realizando toda la serie de combinaciones o movimientos ofensivos y defensivos
que podrían suceder en un combate real; es una estrategia de reafirmación del
aprendizaje técnico boxístico y donde se pone en evidencia la creatividad del
púgil.
Nombre del autor: David Alejandro Hernández Valdes
titulo del ensayo: Inmersión en el boxeo: ocio, juego y deporte.
Facultad de artes, UAEMex, 2013.
Tomado del blog: zonatemporalmentemona.blogspot.com
Las obras
artísticas son lo que son en la medida en que forman parte de un todo más amplio, en la
medida en que esas partes se relacionan con ese todo; cada idea, objeto, cosa o
proyecto es un caso particular o momento de un todo.
Tanto intereses como vivencias encuentran la manera de coexistir y de
relacionarse en mi trabajo. Es difícil para mí elegir un tono y un tema para
hablar de ello; me interesa, antes que adornar este texto con sentencias
brillantes ―de brillosas―, entender parte de lo que nutre y crea reflexión dentro
de mi proceso creativo.
Comencé mis estudios profesionales en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales,
después de 2 años tome la decisión de abandonar la escuela para realizar un
proyecto en el que me propuse vivir en la calle. Este ejercicio tuvo una
duración de 3 meses y fue durante este periodo que surgió mi interés por
reflexionar acerca del tiempo libre y el ocio.
La Real Academia Española, define la palabra “ocio”, en tres de sus
acepciones, como: “Cesación del trabajo, inacción o total omisión de la
actividad… Diversión u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio,
porque estas se toman generalmente como descanso de otras tareas… Obras de
ingenio que uno forma en los ratos que le dejan libres en sus principales
ocupaciones”.
Las actividades
regularmente catalogadas bajo el concepto de “ocio” son aquellas que realizamos
en el tiempo libre. Habitualmente, éste se entiende como el tiempo utilizado
para realizar actividades que no son obligatorias y que, generalmente, se hacen
por placer o por gusto, a diferencia de pensar el ocio como mera inactividad.
Tanto el tiempo libre como el ocio, tienen relación con el trabajo, de ahí
que algunos filósofos como Platón, Aristóteles, Sócrates y Epicuro señalaran
que la dicha se encuentra sólo en el ocio; éste no es juego y sí recreación que
ayuda a reparar fuerzas para un nuevo trabajo. En este sentido exaltaban el
tiempo que estaba libre de trabajo y de fatiga como un tiempo que ennoblecía al
hombre, precisamente por su libertad, por el albedrio consentido, ligado a la
propia naturaleza y dignidad humana, de gastar su propia moneda de tiempo según
sus deseos, en los placeres del cuerpo y del espíritu, en la ataraxia[2] y en la
contemplación[3].
La relación entre ambos conceptos
es absolutamente dialéctica y necesaria. Etimológicamente, la palabra trabajo
tiene su origen en el término latino tripalium,
que era un instrumento de tortura. Esa
noción es recurrente, sobre todo, en la tradición griega y judeo-cristiana, que
entendían y designaban al trabajo como una actividad penosa y obligatoria,
vista incluso como un castigo para el ser humano[4].
Las condiciones
de la estructura social en la Grecia clásica se caracterizaban por diferenciar
a los ciudadanos en dos grandes clases: los ciudadanos libres y los esclavos.
Los griegos distinguían entre tareas
y ocupaciones desinteresadas. Estas últimas no estaban exentas de esfuerzo, de
ahí que el ocio al que se refieren los filósofos griegos no fuese, como
pudiéramos entender hoy, descanso, tiempo libre, inactividad, pereza, recreo o mera
pérdida de tiempo. Los esclavos
eran necesarios porque con su trabajo se cubrían las necesidades materiales de su
sociedad y, por otro lado, esto permitía que hubiera un considerable grupo de
hombres con la libre elección de ocupar su tiempo.
El ocio griego encierra
el germen del pensamiento filosófico en la idea de contemplación y, con ello, la
condición de ser un interrogante o un buscador de respuestas sobre nuestra
propia condición de existencia: Si no tengo que trabajar ¿cuál es el motivo y
razón de mi propia existencia y de lo que me rodea?
No es el ocio griego, entonces, una
expresión acabada y concreta de actividades que, actualmente, pretendemos
definir como ociosas, sino que es concebido como una predisposición del ánimo o
del ser para contemplar.
Lo que ocurre,
desde mi perspectiva, durante la actividad ociosa ―sea esta la actividad que
fuere: desde estirar una liga, dar un paseo, practicar un deporte o jugar
ajedrez― es que, cuando se tiene la predisposición de contemplar, se genera una
especie de vacío. Pues se crea una distancia entre nuestra realidad y la realidad
en la que nos contemplamos al pensar en ello.
Prestar
atención a las actividades que desarrollamos ―diciéndolo de manera burda― ya
sea por placer o diversión, genera lo que yo entiendo como “Hiato”. Hiato: que
en gramática es el encuentro de dos vocales que no forman diptongo y que, por
tanto, pertenecen a dos sílabas distintas y se pronuncian separadas. Creo que esta
es la metáfora perfecta para entender ese pequeño lugar, casi imperceptible, en
que la actividad ociosa, bajo un lente agudo, permite, en algún momento, un espacio
de contemplación. Como una etapa primaria, la cual se va sofisticando como
herramienta del pensamiento reflexivo.
Las actividades
que se volvieron mi objeto de interés y que, posteriormente, se transformarían
en elementos recurrentes en mi producción ―ya fuesen como idea o ejercicio―
regularmente mantienen en su base un patrón y se convierten en un acto repetitivo,
casi mecanizado y absurdo. Por ejemplo: repetir una oración, mascar un chicle,
trazar una línea sobre una hoja o superficie, correr o caminar, golpear un
costal de boxeo, entre muchos otros. El absurdo dota de carácter irónico a
estas acciones, cuando se proponen como trabajo, “trabajo de artista”. Trabajo
que guarda una estrecha relación con la actividad laboral industrial,
incluyendo la del arte contemporáneo.
…mientras corro, simplemente corro. Como norma, corro en medio del vacío. Dicho
a la inversa, tal vez cabría afirmar que corro para lograr el vacío. Y también
es ese vacío en donde se sumergen esos pensamientos esporádicos[5]…
Cuando me hallaba en el proceso
de vivir en la calle, pensaba que el desocupado crónico tiene tiempo libre de
sobra. Pero ¿qué hace con su tiempo libre? ¿Lo goza o lo sufre? Y pensaba que, en su contraparte, está el
jubilado que no haya que hacer con su tiempo libre; pues ya muchos años cumplió
con horarios y actividades determinadas, que acabaron con su capacidad de
elegir ocupaciones. Entonces, tenemos en un extremo al marginal que se preocupa
por solucionar sus necesidades básicas, explorando un hiato tan abismal que en
muchas ocasiones lo arrastra a la paranoia y, en el otro extremo, al jubilado
cuya incapacidad de elección lo avienta directo al pozo de la angustia.
La gran
revolución se dio cuando se propuso dar tiempo de descanso y recreación a los
trabajadores, para que rindiesen más en sus actividades laborales ¿De aquí
vendrá entonces la idea de tiempo libre como premio? Mientras más se trabaja,
mayor será la búsqueda de tiempo libre. Aunque, encontrar placer y disfrute es
inherente a la actividad ociosa, pues las actividades que se eligen libremente
para vivir el ocio son, por sí mismas, generadoras de placer y
disfrute. No se puede concebir un ocio aburrido, tedioso y penoso; pues esto
en realidad sería un ocio fracasado.
Sin embargo, el
ocio no debe ser confundido con acciones que sólo provoquen risa. La
gratificación tiene que ver con el hecho de hacer algo por el gusto que eso
mismo produce y que, incluso, puede incluirse al esfuerzo en la ejecución de algunas
de las actividades que elegimos para vivir el ocio.
Desde mi
perspectiva, existe una línea muy delgada en la que este tiempo de ocio se
traslada naturalmente hacia el juego. Pues, si decidimos que sean actividades
de complacencia, los juegos son el modelo a seguir para tener un tiempo de ocio
gratificante, placentero, reflexivo e incluso didáctico.
La relación entre ocio y trabajo suele aludir a dos polos que no se pueden
entremezclar, pero que, si se piensa en juego y trabajo, pueden comportarse
como elementos que bien podrían combinarse en el escenario. Aunque sea en distintas dimensiones, que se diferencian como dos formas
de situarse frente a lo real. Algunas actividades, como el deporte, pueden
constituir en sí mismas un trabajo y este trabajo puede constituir su núcleo en
un juego.
El trabajo, ya sea impuesto o no, es una actividad
cuyo fin considera obtener un resultado. El juego es entendido como la actividad
por la actividad misma; el juego contiene siempre en sí mismo su fin y no tiene
nada que esperar de la trascendencia.
Mientras que, en el trabajo, el tiempo se divide en
tres momentos: presente, pasado y futuro; en el juego, la actividad escapa del transcurso
del tiempo y vive todo momento en un eterno presente para el jugador, aunque
todo transcurra en un tiempo lineal.
El juego es una actividad que se desarrolla para el
disfrute, lo que es un elemento característico de todas las culturas, ya sea en un carácter ritual, meramente recreacional o
profesional. Por lo tanto, es fácil deducir que jugar pertenece, de algún modo,
a una especie de pulsión vital o natural.
El tema del
juego es muy complejo. En estas primeras líneas hablo acerca de él, de la
manera en que lo he experimentado y reflexionado. Hay un aspecto que me
interesa subrayar: Jugar permite anular las conexiones naturales que
establecemos con las cosas y sus particulares funciones. Para muestra las
siguientes dos citas.
¿Hemos visto a un niño jugar? ¿Nos hemos fijado? ¿Qué hace? Tocarlo todo,
trastocarlo, travestirlo, representar: el bolígrafo es un avión; el mismo un
Barco o un pirata. El mundo para él no tiene un sentido[6]…
Cuando descubrí los ready-mades[7]
pensé en desalentar a la estética. En el neodadaísmo han tomado mis ready-mades
y les han encontrado belleza estética. Les tiré a la cara el porta botellas y
el mingitorio como un desafío y ahora los admiran por su belleza estética[8].
No es la apariencia del objeto, sino la lectura que ofrece: A través del
juego se puede rozar, en algunas ocasiones, el absurdo, lo más anodino y corriente
de la vida. Aunque queda ahí captado en una suerte de intento de legitimación
del juego, como la facultad de crear con cualquier cosa que necesite únicamente
la herramienta de la imaginación.
“Todo juego es,
antes que nada, una actividad libre”[9].
Si se acepta jugar, no solo se
aceptan las reglas del juego, se acepta por ende entrar al mundo de la ficción
que nos separa de lo cotidiano, que nos adentra al tiempo y espacio del juego para
posteriormente habitarlo. No es como el caso del ocio, en el que es el espacio
de contemplación lo que se descubre; en el juego se dinamiza este estado de
contemplación para entrar a un complejo aparato de actividad y es aquí cuando digo
que el espacio de contemplación se puede convertir, a través del juego, en un aparato
más sofisticado del pensamiento[10]
En un
artículo anterior que he escrito sobre el Origen
de los deportes, he hecho referencia a este aspecto, en el que el
hombre se abstrae del tiempo y del espacio comunes para “entrar” en un tiempo
fantástico, mítico, abstracto, en el que las reglas lógicas siguen otras
coordenadas profundamente vinculadas a la voluntad, en este caso al deseo
intrínseco de placer[11]…
El juego es la
maquinaria que permite hacer más compleja la contemplación que se hizo en el hiato,
el juego lo potencia a un n número de
posibilidades que dependerán, en primer lugar, del detonante; en segundo lugar,
del juego.
El juego
dinamiza la tensión existente entre el objeto y el sujeto, mediante el impulso
creador. Si el juego utiliza algún
objeto para jugar, cualquiera que este sea ―resorte, liga, pelota, muñeco― siempre
se establece una íntima relación entre ese objeto y el juego, lo que los hace
necesarios para que ese juego exista. Estos son en su mayoría residuos u
objetos de juego (juguetes), pues mantienen la carga del juego y una potencia
de revivirlo, o, en este sentido, de provocar una experiencia estética ―aunque
no sean siempre absolutamente necesarios―. El juego es entonces admirado por su
belleza, en su tiempo y espacio, pues hay que adentrarse al juego para ser
parte de él, aunque solo mirarlo nos hace notar su belleza, la belleza de
jugar.
“El arte es un juego que juegan
los hombres de todas las épocas”[12].
Baudelaire, teoriza sobre el objeto artístico a mediados del siglo XIX y el juguete es una de las vías más
sugerentes en la producción artística contemporánea. Entre las muchas
características de esta ‘nueva escultura’
están la aplicación de formas y colores cercanos a lo abstracto, así
como la necesaria participación del público que activa esas nuevas formas con
su imaginación. Dicha intuición de Baudelaire es recogida por las vanguardias
históricas que convirtieron al juguete en un icono de la modernidad[13]…
El juguete es una de las fases
por las que ha atravesado mi producción. Pertenece a una etapa de transición
para entender la relación personal con el juego, el tiempo libre y mi actividad
como creador.
Es tan importante ese proceso que el crítico afirma que el ser humano
descubre el arte cuando es niño y hace lo propio con el juguete. No se trata
únicamente de una valoración estética, sino de una sintonía espiritual de
primer orden: por eso los niños hablan a sus juguetes, a sus muñecas y soldados,
empleando la imaginación como único instrumento de placer lúdico. Es una
actitud que se extiende al que juega (actor), al que contempla el juego
(espectador) y por supuesto al que crea esas formas (artista). No es raro que,
en textos posteriores, Baudelaire identifique a Constantin Guys como el artista
moderno por excelencia, un niño sin prejuicios, con los ojos muy abiertos y la
sensibilidad a flor de piel. Constantin Guys —dirá Baudelaire en El pintor de la vida moderna[14]—
dibuja como un niño, con una intencionada tosquedad, porque sólo el genio es
capaz de regresar a la infancia a voluntad[15]
Para Baudelaire
el juguete sí es arte, porque su proceso de placer estético es el mismo que se
experimenta ante un buen cuadro.
El juego se
relaciona naturalmente con muchas ideas, entre ellas están las de holgura,
libertad y azar. En la vida disfrutamos de estas tres, pero a la primera
siempre se le relaciona con el despreocupado, a la segunda con una inalcanzable
utopía y a la última, que es la que nos aqueja, la que nos preocupa, con la
indeterminación. Esta es la sombra que sigue a todos los actos humanos y la
mayor indeterminación es saber, entre otras cosas, sobre la muerte ¿Cómo?
¿Cuándo? y ¿Dónde?
El azar se
afirma por doquier y, desde luego, no espera a ninguno de nosotros para
reafirmarse, sencillamente porque el yo
está también sometido a ese vaivén[16].
Al igual que el
ocio, el juego contradice la seguridad de la vida cotidiana, genera
incertidumbre, cuestiona el orden industrial del trabajo y de lo redituable.
Pienso que el juego es también una crítica al determinismo, invade con ideas
absurdas, de incertidumbre, del caos en el cosmos que obedece a un orden nuevo.
Jugar nunca es, por tanto, un comportamiento acerca de un objeto, ni en
general es un simple comportamiento acerca de… sino que el jugar del juego y el
juego del jugar (el juego que se juega y el juego en que jugar ese juego
consiste) es sobre todo y originalmente un pasar, un suceder, un acontecer que
en sí es indivisible e inseparable[17]
…
El juego es una etapa más sofisticada de la mera contemplación, pues, una
vez que se ha entrado al espacio-tiempo (un pasar, un suceder, un acontecer)
del juego, la reflexión se torna sobre la propia existencia, sobre su carácter
esencial. Entonces tenemos la necesidad de responder, o por lo menos intentar
responder las preguntas: “¿cómo existimos? o ¿por qué existimos?” tanto en el
juego, como, a su vez, en el mundo.
Aunque sea un
tema complejo en el pensamiento de Heidegger, su opinión resulta ilustrativa
para pensar el juego[18]
desde una postura filosófica ―que ha existido en otros como Gadamer,
Witgenstein, Ortega y Gasset o Fink, por mencionar algunos de los más
representativos, no con la pretensión de profundizar en ello, por lo menos en
este ensayo―. En el hecho de preguntarse por “el sentido del ser”, que
Heidegger encuentra en la existencia, diría en la existencia humana a la que
fuimos arrojados en el mundo, es la única manera de formar al ser y de abrir al
ser y esto se logra por medio del juego que éste juega en el mundo[19].
En su curso
Introducción a la Filosofía, Heidegger llama al mundo como “juego de la vida”, según
él, “Kant trata de aplicar el concepto existencial de mundo, es decir, cuando
trata de caracterizar su significado en términos más bien filosóficos, habla
del juego de la vida”[20]. Heidegger afirma
que “la expresión ‘juego de la vida’ nace, seguramente, del estar unos con
otros, es decir, de la convivencia histórica de los hombres que ofrece el
aspecto de una abigarrada diversidad, contingencia, movilidad y mutabilidad.
Pero todo eso, todo lo que en la vida se ve no puede ser sino reflejo de la
esencia de la existencia; es decir, no puede ser sino reflejo de aquello en que
consiste la existencia, pues todo ello no es sino el modo en cómo la existencia
se desenvuelve histórica y fácticamente. En otras palabras, si la existencia
puede ofrecer tal aspecto es que ese carácter de juego radica ya en la propia
esencia de la existencia”[21].
El juego es
aquello en lo que consiste la existencia; en su desarrollo como acto de existir,
nuestra existencia esta puesta en juego. Heidegger afirmará que
estar-en-el-mundo tiene carácter de juego. “Y, efectivamente […] por la
totalidad del todo de aquello que llamamos mundo tenemos que decir lo
siguiente: la totalidad del ser que en cada caso viene ya entendido en el Dasein[22] y, en particular, el
carácter de ese comprender y la organización de lo entendido, es decir, del
estar-en-el-mundo en general y, en suma, el mundo, tiene carácter de juego”[23]…
Quizá el juego
haga rememorar el sentido de nuestra existencia y de ahí el gozo de jugar
juegos o apreciar juegos como reflejo del juego más grande e importante, el de
la propia existencia.
Heidegger
conecta explícitamente los conceptos de “mundo” y “juego”. Como hemos
anunciado, la ligazón entre ambos radica en la noción de “trascendencia”. En
efecto, Heidegger afirma que el
estar-en-el-mundo es el original “jugar el juego”, el original jugarse del
juego o jugarse el juego en el que todo Dasein
fáctico tiene que entrar y ejercitarse [einspielen]
para poder desarrollarse [abspielen],
ocurrir, suceder, jugarse como existente “…de suerte que en la duración de su
existir […] a ese Dasein le pueda ir,
le pueda salir el juego, se puedan jugar las cosas y lo demás en tales o cuales
términos y de tal o cual manera”[24]…
La descripción
de un sistema complejo sobre el ser, en el que reflexiona el autor, se asemeja
claramente a rasgos asociados al juego, en los que se conjuga la necesidad de
la regla y la disposición al azar, y a la indeterminación. Esta dualidad, expresada
en ser y tiempo, hace del juego una
forma privilegiada de inestabilidad y de predisposición al cambio inminente.
Heidegger puede
sostener que el juego no es una secuencia de procesos físicos o psíquicos, sino
que lo que pasa en él es libre y, por ello, siempre sometido a reglas “…el
jugar se ejercita jugando, en tanto que ejecución de sí, en un juego que sólo
después puede desprenderse, formando un sistema de reglas”[25].
El juego puede ser una actividad
multifacética en la que jugar sea aquello que cada individuo mire con ojos de
juego. Lo cual dependerá de la cultura, intereses y finalidades para
denominarle, en un principio, como “Juego”.
En el juego,
como en la música, encontramos también una cierta melodía vinculada a la
afectividad, muchas veces tramitada en cantos, en armonía vinculada a la
organización y en el ritmo vinculado a la corporeidad. Estos aspectos permitirían
visualizar los juegos como algo que forma parte del Arte. En este sentido, como
parte del Arte de Vivir. Este tema es contundente cuando observamos el arte de
ciertos deportes, los hermanos mayores del juego[26]…
El párrafo termina sugiriendo que el deporte es el
hermano mayor del juego, yo creo que, sin duda, los deportes constituyen una de
las partes más elevadas del desarrollo del juego que hoy conocemos como un
espectáculo multimillonario en casi todas las sociedades. Es un escaparate,
para las mayorías el “tiempo libre” que atrapa. Pues, en hacer el juego, jugar
el juego y mirar el juego ya existe placer, ya que éste nos engancha sin
necesidad de convencimiento.
El origen primigenio, del que se
tiene constancia escrita, del término "deporte" aparece en lengua
provenzal, en un poema de Guillermo de Aquitania (1071-1127). Aquí encontramos
el vocablo deport con el significado
de diversión; este sustantivo y el verbo deporter
se interpretan invariablemente en el sentido de diversión, recreo, pasatiempo
agradable[27].
El deporte
ofrece su esencia de juego para saciar la necesidad lúdica que tiene el ser humano[28]…
El tiempo de ocio nos puede proporcionar momentos para
la realización personal y social, con lo que contribuimos a construir pilares,
sobre los que descansa la felicidad. Ya que el sentido de lo lúdico está
relacionado con la diversión, la alegría, la ilusión, los valores estéticos y
sociales. Las emociones, que escapan hacia otras dimensiones de lo humano; en
la actualidad corren serio peligro[29]…
Siempre he mantenido un interés
especial por los deportes, no sé si sea el ritmo, el movimiento o su casi
representación de la tragedia humana ―lucha y redención, por señalar algunos―
lo que me atrae. Pero, es claro que más allá del gusto por el deporte,
filosofía y práctica, se encuentra este concepto ligado a las ideas “ocio-juego”,
abordadas con anterioridad, lo que es, sin duda, la estructura natural en la
que ha viajado reflexivamente mi producción artística y en la que se sitúa
hasta el momento de hoy; aunque ésta siempre ha tendido puentes con otros
intereses o ideas.
El deporte
pertenece a una categoría de esfuerzo placentero en el que se satisface una
necesidad o pulsión ligada al juego; su necesidad es diferente a la del trabajo
y, por consiguiente, es una clase de esfuerzo superfluo desde esta perspectiva.
Cabría aquí considerar al deporte, quizá, como una actividad artística.
Aunque el
término estética tiene varios significados especiales, en el contexto de las
ciencias sociales se emplea preferentemente para designar el conjunto de
investigaciones que están relacionadas con las artes. Estética es el estudio
del comportamiento y la experiencia del hombre al crear arte, al percibir y
comprender el arte y al ser influido por el arte. El arte es el medio que
promueve una fusión del individuo con el todo. El hombre, para rebasar los
límites que le impone la individualidad y convertir a ésta en social, tiene que
apropiarse de otras experiencias que le atraigan poderosamente para así poder
compartirlas y sentirlas con los otros seres humanos. La estética mantiene una
estrecha relación con el arte, a través de la belleza, el agrado, la armonía y
las emociones que provoca una obra de arte. El gusto es el instrumento que
poseemos para que una obra de arte nos agrade o desagrade, nos emocione o no. En
función de esas íntimas e intransferibles sensaciones emitimos un juicio
estético sobre aquello que observamos. El deporte es una manifestación humana
que se constituye en una obra de arte en cuya naturaleza subyace el espectáculo
deportivo que concita enormes muestras de agrado, emoción y adhesión en casi
todo el orbe, configurando por derecho propio un arte deportivo y, en
consecuencia, una genuina estética deportiva[30].
Round de estudio*
*Se dice
del round o asalto en un combate donde los boxeadores profesionales salen a
examinar a su rival. Es un ejercicio de análisis de la característica o las
deficiencias de su enemigo, lo que puede aprovecharse en su contra, para ganar
la pelea. Es muy común ver que suceda esto en los boxeadores experimentados y
que este también sea el primer round de las peleas profesionales.
Uno de los sociólogos más prominentes de México, el
Maestro Oscar Uribe Villegas me hizo una pregunta hace casi 10 años: “¿En qué
se parece el arte y el deporte?”. Sin saber qué contestar en ese momento, me
dijo: “El deporte y el arte son disciplinas hermanadas, pues el hombre las hace
solo por placer, generan placer y le encaminan a la virtud”.
Casi toda mi vida he realizado
alguna actividad deportiva. Mi tiempo libre en numerosas ocasiones era y es ocupado
con algún juego de futbol soccer,
basquetbol, voleibol o ajedrez. Ya antes había practicado deportes de combate
como karate y kick Boxing, también me
inicie en el beisbol, futbol rápido, atletismo, natación, entre otros. Ya en la
universidad comencé a practicar el deporte del boxeo y, para ser sincero, no lo
consideraba algo serio e incluso opinaba despectivamente sobre él; irónicamente
lo he practicado más que a ningún otro.
“La sociología es un deporte de
combate”[31].
Una vez dentro del deporte del boxeo
comencé a pensar acerca de las técnicas de estudio e intromisión social, como
la etnografía. Entonces decidí hacer de esta experiencia pugilística una
especie de inmersión de artista, para así sumergirme en ese mundo lo más
profundamente posible, pensando en salir nuevamente a la superficie para
establecer relaciones con el arte o desde el arte.
Según la acepción de Malinowski, la
etnografía es aquella rama de la antropología que estudia descriptivamente las
culturas. Etimológicamente, el término etnografía significa la descripción (γράφειν) del estilo de vida de un grupo de
personas habituadas a vivir juntas (έθνος). Precisamente, el ethnos sería
la unidad de análisis para el investigador, ésta no sólo podría ser una nación,
un grupo lingüístico, una región o una comunidad, sino también cualquier grupo
humano que constituya una entidad cuyas relaciones estén reguladas por la
costumbre o por ciertos derechos y obligaciones recíprocos. Así, en la sociedad
moderna, una familia, una institución educativa, una fábrica, una empresa, un
hospital, una cárcel, un gremio obrero, un club social y hasta un aula de
clase, son unidades sociales que pueden ser estudiadas etnográficamente. Y, en
sentido amplio, también serían objeto de estudio etnográfico aquellos grupos
sociales que, aunque no estén asociados o integrados, comparten o se guían por
formas de vida y situación que los hacen semejantes, como los alcohólicos, los
drogadictos, los delincuentes, los homosexuales, las meretrices, los mendigos,
etcétera[32].
En teoría, el objetivo inmediato de
un estudio etnográfico es crear una imagen realista de algún grupo para
comprenderlo y compararlo con otros grupos y/o autores. Es necesario hacerlo in situ, es importante recoger impresiones, deben
registrarse fielmente los datos empíricos tal y como suceden natural y
espontáneamente. No existe hipótesis o problema inicial en forma explícita. La
investigación etnográfica consiste en la producción de estudios analítico-descriptivos
de grupos y los investigadores evitan la manipulación de variables, o el modificar
el grupo de modo alguno, aunque esto resulte casi inevitable.
El método etnográfico no necesita
justificación alguna para el área antropológica: la historia de los resultados
y servicios que ha prestado son su mayor aval. Algunas veces se cree que la
etnografía es meramente descriptiva, algunas otras, y en contraste, se pone
énfasis en el desarrollo y la verificación de teorías. Bajo estos parámetros y prestando especial atención a la idea de evitar la
manipulación de variables, o modificar el grupo estudiado de modo alguno,
considero lógico pensar mi proceso como una inmersión y no como una etnografía.
Mi intención
era convertirme en un observador-participante sin el rigor epistemológico de la
observación científica; lo cierto es que la zambullida fue tan profunda que, en
realidad, fue un sumergimiento total, a tal grado que me transforme en boxeador,
me convertí en un miembro activo del grupo. Luego entonces, he intervenido la
comunidad de manera directa y, de alguna manera, al mismo tiempo soy parte del
fenómeno.
En los
verdaderos parámetros de lo que se entiende como estudio etnográfico, dentro del pugilismo, se encuentra el trabajo
elaborado por el sociólogo francés Loïc
Wacquant, titulado Entre las cuerdas.
Cuadernos de un aprendiz de boxeador[33]. Este autor se presenta a sí mismo como un
“sociólogo urbano”, estudia la transformación de las ciudades y la marginalidad
social.[34] Wacquant es
considerado el principal discípulo de Pierre Bordieu ―con quien escribió
algunos libros como Antropología
reflexiva (México, Grijalbo, 1994), Las
astucias de la razón imperialista (1999) y participó del volumen colectivo
editado por Bordieu bajo el título de La
miseria del mundo (2000)―. Sus investigaciones se extienden en diversos
tópicos como la pobreza,
dominación racial, marginalidad, desigualdad urbana y regional, así como la
cárcel y la violencia.
Mientras estaba en Chicago, intentando entender mejor el ghetto, decidí hacer investigación de
campo, para realizar mis primeras observaciones. Por casualidad, luego di con
un gimnasio de boxeo, entonces comencé a ir y aprender cómo boxear. Practiqué
boxeo allí por cuatro años y utilicé el gimnasio como instrumento para observar
el ghetto, pero luego también decidí
estudiar el propio mundo social del gimnasio de boxeo y la ocupación del boxeo
como un arte corporal en sí mismo. Entonces desarrolle mis estudios sobre
dominación racial, sobre desigualdad comparada y sobre el cuerpo[35]…
Encuentro de
gran importancia la parte en que menciona que decide estudiar “la ocupación del
boxeo como un arte corporal en sí mismo” y esto, de hecho, se convirtió en un
fundamento de mi producción, la cual no abordé por las líneas de Wacquant, sino
por una convicción propia que se advertirá en futuras líneas y de la que, sin
duda, Entre las cuerdas es un ejemplo
extraordinario de un estudio social serio, combinado con la pasión que hace
sentir en carne propia el boxeo, con toda su exigencia mental y física.
Wacquant, al
inmiscuirse en un gimnasio del sur de Chicago, pretendía develar de inicio
algunos mecanismos o dispositivos que ayudaran a comprender parte de la
división racial y las transformaciones sociales en los barrios relegados. El
gimnasio que eligió era frecuentado en su totalidad por negros que provenían de
los barrios más desfavorecidos, aunque, en sus propios apuntes, narra cómo
inclusive se sintió tentado por la idea de abandonar su vida académica y
dedicarse al arte de los puños. Finalmente, se entrenó con tal conciencia que
logró realizar, después de varios años, un combate de boxeo en el torneo de los
Guantes de oro en la ciudad de Chicago y, aunque el resultado no fue favorable,
su trabajo escrito es una obra exquisita de investigación, de la cual retomaré
algunos puntos más adelante.
En el ámbito
del arte, Raúl Ortega Ayala, que se define a sí mismo como artista, jardinero,
cocinero y espectador contemporáneo, muestra que su trabajo es el resultado de
inmersiones en diferentes entornos, que, a propósito, busca experimentar a
través de la investigación u observación, durante un período prolongado de
tiempo. Conocí a Raúl Ortega en un curso-taller que dirigió con el título de
“Metodologías del arte” en 2011. Ortega sin duda piensa como metodología a la experiencia
de observar y aprender de primera mano, habitar diferentes medios o espacios
para empaparse de ellos. Estas experiencias son, en una primera etapa,
aprendizajes y reflexiones en torno a ese nuevo ambiente, lo que posteriormente
se condensa en piezas que él exhibe con una postura crítica y astuta sobre el
tema abordado.
Etnografía o
no, en cierto momento, su trabajo se nutre de un acercamiento a otra área o
campo. En una entrevista que tuvimos lo cuestioné sobre la posibilidad de
concebir, ya sea como pieza artística, el hecho de nombrarse, envestirse o
denominarse, no sólo como artista, sino además con otra profesión; en su caso,
cocinero o jardinero. Finalmente, los dos coincidimos en que sí lo era,
precisamente, porque no usábamos el rigor del método sociológico. Pensándolo
siempre desde la postura de artista, vimos pues que no es necesaria la
vigilancia epistemológica a la que se debe el “científico social”.
Entonces,
zambullirse y suponer salir a flote para dialogar con las prácticas artísticas
contemporáneas y desde ahí proyectar o producir, no era la única forma de
pensar lo que estaba haciendo dentro del deporte del boxeo ―si bien éste lo
permite solamente bajo la condición de pensarlo desde las prácticas artísticas
contemporáneas―. Ya había en el simple hecho de hacerlo y de serlo (boxear-boxeador)
un acto artístico. Sin por ello suponer la simple connotación estética del
deporte, en general, y del boxeo en particular.
Aprender el oficio
de los puños y desempeñarme en él, me convertía en un boxeador y en esta
denominación había una forma de sintetizar el proceso de inmersión. Siempre
pensé que hay diferentes grados de observación, inmersión y/o participación.
Por mi parte, me había convertido no sólo en un aprendiz de boxeo; era además
ya un boxeador activo. Esto lo logré en un periodo relativamente corto para un
púgil que comenzó a aprender muy tarde. Comencé a destacar dentro del deporte,
convirtiéndome en campeón universitario, campeón estatal, subcampeón regional y
participando, además, en la Olimpiada Nacional 2011, en el torneo Guantes de
oro y en el Campeonato estatal cinturón corona de primera fuerza 2011. En este
último evento logré el subcampeonato ―queda un poco de duda si realmente perdí
el combate final ante Cristian Soto, quien reconoció ante mis compañeros de
gimnasio que creía haber perdido―. También, en ocasiones me hablaba Adrián “El
confesor” Hernández, campeón mini mosca del Consejo Mundial de Boxeo (CMB),
para hacer de su sparring: me había
ganado a golpes la denominación de boxeador, con por lo menos 40 peleas,
cientos de rounds de sparring con boxeadores amateurs y
profesionales, aunque, sobre todo por que acepte día a día, el compromiso que
implica serlo.
Adentrarse a
este ámbito del boxeo, hizo que avistara mi cuerpo como una herramienta
primordial en dicho proceso. Mi cuerpo es, de hecho, una especie de bitácora
donde se ha ido alojando todo el material de la inmersión (cicatrices, se
adelgazan o fortalecen músculos específicos como los tríceps y cuádriceps, se
endurecen los nudillos, se crean callosidades en las manos, se agudizan los
reflejos, en otras palabras se re-define la morfología del cuerpo y se le
enseña un nuevo lenguaje).
Si bien el
etnógrafo usa una observación aguda, al igual que el artista hace uso de
fotografía, video o grabaciones de audio, por mencionar algunas, es el sujeto
investigador y, en este caso específico, el artista que se convierte en la
herramienta primordial que da existencia y posibilidad de existir al proceso, pues
sin ello el trabajo sería inconcebible.
Pero esta flexibilidad descansa en el investigador que transforma a las
técnicas de recolección de información en partes del proceso de construcción
del objeto de conocimiento-. En esta
búsqueda, donde descubre simultáneamente lo que busca y la forma de
encontrarlo, el investigador se convierte en la principal e irrenunciable
herramienta etnográfica[36].
En el caso del
boxeador, el cuerpo es la herramienta primordial, que a veces se reduce
arbitrariamente a los puños. Aunque realmente es el cuerpo y la mente lo que
debe entregarse con todo su ímpetu para hacerse boxeador ―diría encarnarse
boxeador y sería probablemente más exacto escribir, sacrificarse para ser
boxeador―. Ahí la magia, el encanto de lo que considero una constante iniciación,
en un grupo fraterno de hijos del mismo dolor; es más que difícil desentenderse
de algo que se construyó con la carne, con la herramienta de nuestra existencia.
Basta leer el siguiente extracto del libro
entre las cuerdas:
En la
embriaguez de la inmersión llegué a pensar en algún momento en interrumpir mi
carrera académica para ‘hacerme’ profesional y seguir así cerca de mis amigos
del gym y de su entrenador, Dee Dee
Armour, quien se convirtió en un segundo padre para mí...
[El pié de página de esta cita versa]
Como lo
demuestra esta nota, entre otras del mismo tenor, consignada en mi cuaderno de
agosto de 1990: ”Hoy me he divertido enormemente en el gimnasio, hablando y
riendo con Dee Dee y Courtis sentados en la sala atrás y simplemente viviendo y
respirando entre ellos, empapándome como una esponja del ambiente de la sala,
cuando de pronto sentí una angustia opresiva ante la idea de irme a Harvard
(donde me acababan de contratar). Siento tal placer con sólo estar aquí que la
observación se vuelve secundaria y, francamente, me digo que dejaría
gustosamente estudios, investigaciones, y todo lo demás por poder quedarme aquí
boxeando, ser ‘one of the boys’. Sé
que es una locura y seguramente ilusorio, pero, en este momento, las
perspectiva de marcharme a Harvard, de tener que presentar una comunicación en
el ASA (congreso anual de la American Sociological Association), escribir
artículos, leer libros, asistir a conferencias y el tutti frutti universitario
carece de sentido, es deprimente, tan aburrido (y muerto) respecto de la
alegría carnal pura y vivaz que me ofrece esta porquería de gym (hay que ver
las peleas dignas de Pagnol entre Dee Dee y Courtis) que me gustaría dejarlo
todo, drop out, por quedarme en
Chicago. Esto es crazy. PB [Pierre
Bourdieu] me decía el otro día que temía que me dejara ‘seducir por mi objeto’
si de verdad supiera ¡dónde estará ya la seducción!”[37].
Resulta interesante y necesario,
pensando en la inmersión desde la plataforma del arte, establecer un vínculo
con la performance por su relación
con el uso del cuerpo: de cierta forma siempre me mantuve atraído por la idea
de la acción, pensando en la importancia del proceso más que en el resultado. La
improvisación y el trabajo directo del cuerpo me llevaron a realizar diversas
propuestas bajo esta idea de performance,
pero ¿qué es la performance? Para responder
a la pregunta retomaré información que recibí en el aula de clase con el M. en A. V. Álvaro Villalobos
Herrera, sobre una publicación de su autoría titulada Presentación y representación en el arte contemporáneo [38] de la que
rescato sobre la performance la noción de que es un “género nacido en la década
de los sesenta, como arte viviente, no solo por la intervención de personas
dentro de sí, sino también por que arranca de la vida misma, de la existencia
ordinaria, practica y sustancial, […] no
bastando como en el caso del happening con la incorporación de seres vivos a
los ambientes y que el artista sea uno de ellos, sino que lo importante en una
performance es que su intervención física adquiera una preponderancia cada vez
mayor hasta volverse exactamente indispensable dentro de la obra, haciendo del
artista la obra misma”[39] cabe
mencionar que si bien en el proceso de inmersión en el boxeo, es el cuerpo el
que se va construyendo con el trabajo realizado dentro del gimnasio y el
artista asume la mayoría de la carga
plástica a través del cuerpo; no se puede considerar a la performance desde
esta perspectiva totalizante pensándole como “al artista la obra misma” aunque
en algunos proyectos se pueda suponer así. Lo que es fundamental es entender al
cuerpo como herramienta primordial del performance.
Al revisar un
poco las ideas anteriores, es justo la inmersión etnográfica la que encuentra
en el sociólogo la herramienta básica de trabajo. En el caso de Wacquant, él
mismo admite que ha sido absorbido de tal manera que se ha dejado seducir por
el objeto de estudio, tanto así que podría ser seriamente atacada su inmersión
desde el punto de aquellos que escudan el accionar de un sociólogo desde la
vigilancia epistemológica aguda, sagaz y siempre consiente,[40] aunque en el caso del
artista no haya necesidad de guardar tal limitación y, por ende, sea precisamente
la seducción la que anime a seguir devorando con gran ansiedad toda
manifestación que nos apetezca del objeto, lugar o fenómeno en el que nos
encontremos inmersos.
Asistir al
gimnasio, acondicionarse para tener un mejor rendimiento, alimentarse sana y
correctamente, aprender la técnica del boxeo, ―desde la parada de combate
guardia, pasando por el caminar y los golpes, y así sucesivamente hasta llegar
a complejos sistemas tácticos― de la defensa y el ataque, aprender
combinaciones, desarrollar un cuerpo y una mente que permitan desenvolverse
sobre un ring para realizar una sesión de sparring,
permite entonces competir en el boxeo: Todo este aprendizaje que lleva como
consecuencia a la denominación de boxeador, y con ello la responsabilidad de
practicante y/o ejecutante, hace que se vea al deportista mismo como una obra. Ahora,
desde la perspectiva del arte, el artista y su accionar son la obra misma. Es
el cuerpo vehículo y herramienta para el artista de la performance.
La frase
“encarnarse en el boxeador” que mencione anteriormente, revela para mí la gran
importancia que concedo al cuerpo como herramienta de este proceso de inmersión
la que sin duda también guarda una relación muy próxima al hecho de embarcarse
en una práctica artística, siendo esta, en mi caso, la performance. Como dice
Villalobos: “Las acciones no solo trabajan con el cuerpo, sino con el discurso
del cuerpo”[41]. El
cuerpo es herramienta, receptor y obra que se conforma a cada instante. El
proceso-inmersión constituye una vía de aproximación a un grupo, fenómeno o
medio determinado; en este caso aprender a boxear es el proceso ―para resumirlo
inapropiadamente― y boxear es en gran medida la obra que se establece, por lo
menos, para completar la inmersión, cuyo grado de profundidad dependerá del
ejecutante.
Una bitácora
donde se lleve un control de datos, ideas y reflexiones es imprescindible para
un sociólogo; en el caso del artista creo que puede ser o no importante, sin
embargo se van adquiriendo conocimientos, experiencias o una serie de residuos
materiales (guantes, vestimenta, trofeos, videos, fotografías) aunque, para un
boxeador sea su cuerpo la verdadera bitácora donde se depositen datos, huellas,
trazos, formas, cicatrices, etcétera.
El deporte, en
sí mismo, constituye un arte y el practicante encarna la voluntad creadora; en el
boxeo encontramos la denominada “estética del boxeo” que se refiere a la
correcta ejecución de la técnica boxística por parte del púgil, aunque lo mismo
también corresponda al deporte en general. Ahora bien, cuando se estudia este
aspecto, se admira la coordinación dinámica de los cuerpos, que ejecutan
ágilmente acciones y reacciones, mostrando la mecánica corporal en todo su
esplendor, transformando su accionar en un acto artístico consumado.
El boxeo es un
arte que estremece al espectador con cada golpe, con cada movimiento. El
espectáculo sobre el ring está iluminado como con las luces cuidadosamente
dirigidas a un cuadro en museo: pues también ahí se encuentra encarnada la
voluntad creativa, al mostrar sus cuerpos, exhibiéndose a sí mismos en un cuadro
con movimiento. Lo que nos invita a pensar que son representaciones de hombres
griegos o batallas épicas, quizá nos recuerda nuestro primitivo instinto de lucha,
de conflicto, de dialéctica, la supervivencia del más fuerte.
Cualquiera que
haya visto una contienda de boxeo en vivo, ha escuchado el sonido de la campana
y posterior a éste ha visto la danza[42] ejecutada por los
boxeadores, entre las cuerdas, en donde se balancean y abalanzan, donde cada
golpe suena con especial estruendo; así, al advertir al público se les verá
tomarse de los cabellos o bien gritar improperios para hacerse participes de la
contienda. Un tercer personaje, sobre el cuadrilátero, los orquesta, los conviene
para que nos den un concierto armonioso sin golpes bajos ni marrullerías y en
el que siempre se espera ansiosamente ver a uno de esos dos cuerpos desplomarse
sobre la lona.
Es el cuerpo de
los combatientes sobre el que recae toda la carga estética, cuando ejecutan la
técnica boxística. Aunque, desde el inicio de la preparación pugilística, el
cuerpo tome especial relevancia, su importancia va asimilándose en diferentes
etapas que corresponden al nivel de aprendizaje del boxeador, pues mientras más
tiempo y experiencia se tenga, dentro de la lógica funcional del gimnasio, las
implicaciones con su cuerpo y el cuerpo de los otros toman mayor importancia.
Lograr una
coordinación, desde la parada de combate o guardia del boxeador, y de ahí
comenzar a desplazarse ya implica un trabajo de coordinación que debe digerirse
conforme pasan los días dentro del gimnasio. Tan solo la guardia se vuelve un
elemento técnico que se debe memorizar, pues su incorrecta ejecución es la causa
de que se reciban golpes innecesarios sobre el ring.
Con esto quiero
reiterar que es el cuerpo donde realmente se acumulan, amontonan y almacenan
los aprendizajes de boxeo; mi entrenador Carlos Duarte Contreras exclama a
menudo, en el gimnasio, que los músculos tienen memoria y que la memoria muscular
pasa a ser memoria cerebral. Bajo esta lógica, aquél que se encuentra tirando
mal algún golpe, o trabajando mediocremente, generara una memoria que el cuerpo
reconoce por costumbre; así que, el día que éste decida trabajar en serio o se
enfrente en un combate a alguien que le exija mayor fuerza o velocidad, le será
imposible reaccionar, pues en los entrenamientos se ha pasado haciendo de su
cuerpo un manejo inadecuado que dará como resultado incompetencia y frustración
en el momento de competir.
De entrada, hay
que ser consciente de la mecánica corporal que exige el boxeo en sus
fundamentos técnicos. Estos se adquieren poco a poco con la constante
repetición, día tras día, como forma didáctica del aprendizaje. La capacidad
del cuerpo para aprender, memorizar y ejecutar será proporcional a la clase de
boxeador que se puede ser. Digo proporcional, aunque ser boxeador sea más que
sólo eso; ser boxeador va acompañado de un sin número de lineamentos
disciplinarios y rutinas ascéticas que se deben cumplir al pie de la letra,
además de tener ganas de serlo y estar a pie de cañón, pues no serviría de nada
conocer los fundamentos del boxeo si no se desea pelear. Además, hay que
mantener una dieta estricta, hay que dormir temprano, evitar los vicios,
algunas veces hasta el contacto con las mujeres para no perder lo que llaman la fuerza de las piernas, ente otros
menesteres.
Reconocer su
cuerpo, es la tarea primera del boxeador, el acondicionamiento físico que
exigirá correr algunas veces distancias largas, otras cortas a velocidad o
combinadas, aunado a la serie de ejercicio de fortalecimiento de los músculos ―abdomen,
tríceps, cuádriceps femorales, dorsales, los 9 músculos de los hombros por
mencionar los más importantes― se debe combinar el trabajo dentro del gimnasio,
“hacer sombra” ―tirar golpes al aire como si estuvieras enfrentando a un
boxeador imaginario―; “escuela de boxeo” ―donde se practica con un compañero
una serie de técnicas ofensivas y defensivas dirigidas por el entrenador y que,
de hecho, constituye la principal herramienta de aprendizaje―; “golpear los
aparatos” (costales, pera loca, pera fija, llantas o manoplas) y “hacer
sparring” ―sesión de boxeo sobre el ring, pero con protección en la cabeza
llamado casco o careta y unos guantes más grandes para disminuir el daño que se
le puede hacer al contrincante―. Todo ello hace del boxeo una práctica
deportiva extenuante, por eso muchos abandonan los gimnasios en los primeros
días de entrenamiento. Recuerdo la frase “Se anda a gusto por el camino del
vicio ―seguido es el sendero― cerca se haya de cada uno de nosotros. Por el
contrario, los dioses lo han puesto delante de la virtud los sudores”[43].
“El dominio teórico sirve de poco mientras el gesto no haya quedado grabado
en el esquema corporal; y sólo una vez asimilado el golpe con y por el
ejercicio físico repetido hasta la náusea, queda completamente claro para el
intelecto.” [44]
El boxeador primero reconoce su
cuerpo por medio del dolor o la capacidad de resistencia al trabajo físico.
Otra etapa corresponde a comprender cuánto conocimiento se absorbe. Hay una
primera introspección de su habilidad o coordinación motriz que en casi todos
los gimnasios se practica delante de un espejo o de otro compañero. Esto
representa una herramienta crítica en el boxeador, se podría decir casi
lacanianamente[45] de
auto-reconocimiento, donde asume sus primeras imágenes, gestos aprendidos
para tomar conciencia de sí mismo. Mientras más tiempo pase dentro del
gimnasio, ira memorizando las acciones para aplicarlas de forma autómata cuando
la ocasión lo amerite: sparring,
combate formal o incluso una pelea callejera.
“Aprender a boxear es modificar sin darse cuenta el esquema corporal, la
relación con el propio cuerpo y el uso que de él hacemos habitualmente para
interiorizar una serie de disposiciones mentales y físicas inseparables que, a
la larga, hacen del organismo una máquina de dar y recibir puñetazos, pero una
máquina inteligente, creadora y capaz de autorregularse al mismo tiempo que
renueva el interior con un registro fijo y relativamente limitado de
movimientos en función del adversario y del momento. La imbricación mutua de
las disposiciones corporales y mentales alcanza tal grado que incluso la
voluntad, la moral, la determinación, la concentración y el control de las
emociones se transforman en el mismo número de reflejos del cuerpo. En el
boxeador hecho y derecho, la parte mental forma parte del físico y viceversa;
el cuerpo y la cabeza funcionan en simbiosis total.” [46]
La repetición es el núcleo didáctico del
boxeo, ―hago especial énfasis en esta circunstancia, pues es fundamental en mi
trabajo, sobre todo cuando comienzo a pensar sobre ocio― la intención de la repetición es hacer de cada elemento
técnico una memoria, que cuando se necesite se pueda ejecutar de manera
natural, como si existiera un archivo en el cuerpo que simplemente lo hiciese
reaccionar en tiempo y forma. Si se da el caso que el aprendiz no adquiere el
conocimiento con la repetición, existe como último recurso didáctico aprender
por una vía más dolorosa. Por ejemplo, el entrenador puede insistir una y otra
vez que se levante la mano izquierda en la guardia, pero si no lo entiende,
puede ser que durante una sesión de sparring
o combate, sean los golpes quienes ayuden a levantar la mano izquierda de tu guardia
para no ser más lastimado.
“A menudo se ha comparado a los boxeadores con los artistas, pero una
analogía más exacta apuntaría más bien al mundo de la fábrica o al taller del
artesano. Porque el Noble Arte se parece punto por punto a un trabajo manual
calificado pero repetitivo: Los mismos boxeadores profesionales ven el
entrenamiento como un trabajo («Es un trabajo que debo hacer», «Tengo que hacer
mis deberes», «Es como tener otro trabajo») y sus golpes como una herramienta.
“Como ha señalado acertadamente Gerald Early, «la palabra que viene a la
cabeza más que ninguna otra cuando se observa a los boxeadores manos a la obra
en el gym es "proletariado". Estos hombres están empeñados en una
labor honesta y completamente espantosa y, lo que es más sorprendente, este
trabajo es todavía más grotesco que la pesadilla de la cadena de montaje. Y
proletariado es una palabra completamente adecuada para estos boxeadores a los
que llamamos tontos y paquetes[47].
El trabajo repetitivo, como base
de la actividad del boxeador y de su esquema didáctico, me hace pensar a menudo
sobre una actividad mecanizada; cierto es que podría perecerse a la actividad
del obrero: ambos realizan la misma actividad una y otra vez siendo su fuerza
de trabajo lo único que poseen y ―aunque esto suene marxista― es común escuchar
entre los boxeadores: “Lo único que tengo son mis puños para salir adelante”. Lo
que significa salir de la pobreza.
La actividad repetitiva nos lleva a una
especie de vacío, como bien lo declara, en el extracto del primer capítulo,
Murakami: “…mientras corro, simplemente corro. Como norma, corro en medio del
vacío. Dicho a la inversa, tal vez cabria afirmar que corro para lograr el
vacío. Y también es ese vacío donde se sumergen esos pensamientos esporádicos…”[48]
Quiero definir al vacío como
“ausencia de algo”, no para que implique una discusión filosófica o física del
vacío y sus posibles definiciones. Este estado es al que se refiere Murakami:
producto de la acción repetitiva de correr, que es un proceso articulado de los
movimientos del cuerpo, acompasado y rítmico, en el que cada braceo se acompaña
del movimiento de las piernas, los pies, la cintura, en fin, toda una mecánica
corporal que es conocida simplemente como correr. Este proceso que se repite a
cada paso o zancada, lleva a un estado de suspenso, un espacio, un hiato dentro de los pensamientos, quizá
Murakami se encuentra con una especie de vacío que antes no estaba claro y lo
fue solo hasta estar en medio de la carrera. También dice que, después de que se
agolpan los pensamientos unos tras otros, de repente aparece la calma. No es
que antes estuviera vacío o careciera de algo que ocupara ese espacio, es
decir, lo importante es que la acción de correr provoca o ínsita a reconocer
este espacio “…los pensamientos que acuden a mi mente cuando corro se parecen a
las nubes del cielo.” [49]
Como ejemplo yo
he realizado también diversas acciones repetitivas ―como poner un clavo tras
otro hasta cubrir cierta área, doblar un mismo objeto de diferentes maneras, correr,
hacer una marca sobre una crayola a cada braceo durante una carrera de 10
kilómetros― y creo concluyentemente que éstas provocan cierto espacio, donde no
prevalece el vacío precisamente, sino un espacio de reflexión. He denominado “Hiato”
a este proceso, en el primer capítulo, un pequeño espacio que permite generar
una pregunta, la primera: “¿Qué es este estado que no reconozco como el estado
en que me encuentro habitualmente?”. Entonces el cuerpo puede ser, desde mi
perspectiva, una herramienta para acceder a un estado de contemplación y ataraxia,
por tanto de reflexión. Esta es parte de la esencia de mi trabajo en la que el
proceso encuentra su razón, además de un gusto personal por hacerlo, es un
proceso de introspección y/o reflexión.
Ahora bien, cuando se juega y se
advierte que se está habitando otro espacio, que es el del juego, nos da luz
sobre nuestra existencia. Somos en el juego en tanto que existimos en el juego
y jugamos lo que jugamos, es como mirar en paralelo nuestra existencia de la
vida corriente en el que nos hacemos consientes de habitar otra existencia ―la
del juego―. Gadamer en Verdad y Método
le denominará a este estado suspenso:
“…En el comportamiento lúdico no se produce una simple desaparición de todas
las referencias finales que determinan a la existencia activa y preocupada, ―refiriéndose
a la vida corriente― sino que aquellas quedan de algún modo muy particular en
suspenso”[50].
Este suspenso
es el espacio ya reconocido. Si en el acto repetitivo era algo meramente contemplativo
y el lugar ―espacio―vacío que era irreconocible, ahora el juego lo dota de
carácter con la pregunta más inaplazable, la cuestión es sobre nuestra propia
existencia. Como puede leerse en este pequeño extracto:
Jugando el hombre se descuida del mundo, deja de lado todas sus
protecciones y olvida la carrera contra la muerte y la nada en que se convierte
su vida. Jugando, uno pone todo de sí en ese momento raptado al destino y le
otorga el sello indiscutible de la propia humanidad, eso que nos hace
específicamente humanos: “cada juego es un ensayo de vida, un experimento
vital…y que plantea una tarea particular al hombre que juega[51].
El “abrirse de la existencia
humana al abismo de estar por medio de juego, a estar en su totalidad, que es
también una forma de juego” [52] es
propio de los juegos más elaborados. El boxeo, que me atañe en este ensayo,
pertenece a los juegos reglados, supremos ejemplos del juego llevado a su
máxima expresión ―los deportes―. Estos traen consigo el placer del jugar y son,
desde mi perspectiva, una representación de la vida, lucha y desenlace,
representadas en la lucha por la supervivencia y la victoria o derrota ―vida o
muerte―. En estos juegos convergen las emociones vitales y hacen que el deporte
no sólo tenga carácter lúdico, sino existencial. En este deporte, el público
mira una representación ritual contemporánea de esa lucha por la vida, la
felicidad o la gloria y le hace consiente, en sus fibras más íntimas, de su
propio juego de la vida.
“Cabe decir que al jugar están presentes aquellas cosas buscadas en la vida
como ideales: la felicidad, la alegría, la libertad, lo que se desea alcanzar
mediante el trabajo y el amor; el vértigo, la tensión, la victoria que producen
la lucha; lo indefinido, lo insondable de la muerte. Sólo se podrá hallar la
felicidad en el estado lúdico donde jugar y vivir son la misma cosa. Por ello
se puede afirmar que el poder jugar e inclusive el poder jugar a ver jugar es
tan importante en la configuración de la dinámica del mundo que vivimos. En
este sentido, podemos afirmar que la propuesta de Fink avanza mucho más de lo
propuesto por Heidegger en sus lecciones de introducción a la filosofía: no
sólo el juego es una manera de ser en el mundo, sino que el juego es la manera
genuina de la vivencia del mundo, porque afirma este autor que el juego posee
los atributos cósmicos propios del arkhé, de lograr armonía y equilibrio en la
vivencia del ser.” [53]
El boxeo es una representación brutal
de esta otra representación ―juego de la existencia― pues la vida misma está en
juego. También la salud física y la muerte son, en el caso extremo, una
posibilidad de desenlace, lo que hace de este deporte un rito contemporáneo a
la vida y a la muerte. El juego hace presente la pregunta sobre nuestra
existencia, he aquí su esencia filosófica: ¿Cuál es el papel que ocupamos en el
mundo?, si éste puede ser entendido como un juego el que fue arrojado el ser
mismo, el dasein para rememorar a
Heidegger.
La muerte una
especie de analogía de la derrota, circunstancia que, de hecho, ocurría en el
juego de la pelota de los mayas y que hoy sigue ocurriendo en muchos
deportistas de alto rendimiento, que mueren en el juego por malformaciones
cardiacas congénitas, golpes o accidentes que son parte de este acontecer
azaroso e indeterminado del juego, en el que donde perder o ganar, seguir
avante, apostar, sufrir, gozar, siempre nos recuerda la vida misma.
…el boxeo profesional no es una broma, es para destrozarte, ¿sabes?. Es un
juego duro, cuando pasas a profesional, es duro; [corrigiéndose] no es un
juego. En amateurs te diviertes. Los profesionales intentan matarte.[54]
Aquí vemos la contradicción del sentido simple que le han
dado al juego, en su uso corriente, como algo carente de seriedad, importancia
o sensatez. Pero, en este otro sentido de juego, como juego de la vida o
representación de la vida, en el que se juega la vida misma, el mundo para el dasein o el cuadrilátero para el
boxeador es donde se encuentra la mayor carga estética y filosófica. Recuerdo
una frase que leí en un café de la ciudad de México, atribuida al ya fallecido
comentarista deportivo Pedro “El mago” Septién: “Si el beisbol es matemática
oculta y brillante ballet; el boxeo es demoledora precisión y distancia
engañosa, es toda la vida retacada en tres minutos apenas”.
Toda la vida
retacada en tres minutos; el boxeo es un juego muy serio, si se entiende el
juego como deporte o, a la inversa, el deporte como juego. En el primer
capítulo señale que el juego se relaciona naturalmente con muchas ideas, entre
ellas están la de holgura, libertad y azar. Es claro que en la vida disfrutamos
de estas tres, pero a la primera siempre se le relaciona con el despreocupado
de una visión muy contemporánea de productividad, a la segunda con una
inalcanzable utopía y a la última, que es la que nos aqueja, la que nos
preocupa, a la indeterminación. Es la sombra que sigue a todos los actos
humanos aunque la mayor indeterminación sea saber sobre la muerte ¿Cómo?
¿Cuándo? y ¿Dónde? Aunque es de hecho lo única segura en nuestra existencia,
pensando un poco en Heidegger: es la única posibilidad segura del ser, de entre
un sinfín de posibilidades.
Wacquant
advierte en una cita de su libro:
“Vislumbramos de paso todo lo que
la sociología inspirada en la teoría de juegos ganaría tomando como paradigma
un juego tan «corporal» como el boxeo en lugar de una lucha eminentemente
intelectual como el ajedrez o la estrategia militar.” [55]
Yo imagino todo lo que la
filosofía ganaría si tomáramos como paradigma, para hacer filosofía, el deporte
y entre ellos el boxeo, un deporte sofisticado corporal e intelectual. Los
grandes filósofos como Sócrates y Platón se entrenaron en técnicas de combate,
seguramente el pugilato y la lucha.
“Sugestivamente, Platón, cuando quiere hallar la más audaz definición de la
filosofía, allá en la hora culminante de su pensar más riguroso, allá en pleno
diálogo Sophistés, dirá que la filosofía [...] cuya traducción más exacta es
ésta: la ciencia de los deportistas. ¿Qué le hubiera acontecido a Platón si
aquí hubiera dicho eso? ¿Y si encima de eso, hubiera situado su disertación en
un gimnasio público, donde los jóvenes elegantes de Atenas, atraídos por la
cabeza redonda de Sócrates, se agolpaban en torno a su palabra como falenas en
torno a una linterna y alargaban a él sus largos cuellos de discóbolos?” [56]
La práctica del boxeo representó
para mí una forma de hacer arte, de transformar y reconfigurar mi cuerpo, como
lo hace el escultor con la madera o la piedra; el cuerpo como bitácora y obra
al mismo tiempo, las contiendas boxísticas como exhibiciones y todo el
conocimiento que ahí aprendí como una herramienta con la que he establecido
conexiones en algunos proyectos artísticos ―para hablar de violencia, trabajo,
sufrimiento, entre otras ideas. Es la inmersión no solo una excusa metodológica
que puede usarse como herramienta de acercamiento a un medio o disciplina.
También puede configurarse como un proyecto en sí mismo.
El acto ocioso y, por ende, el
hiato puede encontrarse dentro del boxeo, en su didáctica y práctica dentro del
gimnasio. En su ejecución como boxeador se encuentra el acto creativo, en el
que el boxeador encarna la voluntad creadora y el juego es el núcleo de su esencia;
en donde su filosofía es una especie de dialéctica que se reconcilia en la
lucha de contrarios: esquina roja vs esquina azul; o quizá sea, después de
todo, filosofar con el cuerpo. Es su ejecución un ejercicio plástico de
incontables razones estéticas, ―aunque el pasar por este proceso sea una
realidad concreta en mí― para los fines de este ensayo: es un proyecto de
artista.
La palabra griega ataraxia, está compuesta por a= sin, y taraji= turbación, preocupación agitación, desorden,
perturbación; y significa tranquilidad, serenidad y paz de espíritu.
RIVAS
FERNÁNDEZ José, “La sociedad del ocio:
un reto para los archivos” Revista
Códice, julio-diciembre, vol. 2, número 002, Colombia (2006) pp. 71-82;
p.72
GOMES
Christianne, ELIZALDE Rodrigo, “Trabajo, tiempo libre y ocio en la
contemporaneidad: contradicciones y desafíos” Polis, Revista de la universidad bolivariana, volumen 8, No. 22
(2009) p. 249.
RECIO FERNÁNDEZ Eloy, El juego: un
planteamiento filosófico, A parte rei,
66, España (Noviembre 2009) p.25
Palabra inglesa que en una
traducción no literal, pero bastante aceptada, se conoce como "lo ya
visto", y que deriva en el "objeto encontrado" del surrealismo.
Proviene de un acto practicado por primera vez por Marcel Duchamp, en 1915, y consiste en titular "artísticamente"
objetos producidos industrialmente, con una mínima o ninguna intervención,
declarándolos de esta manera "obras de arte", porque según Duchamp,
"arte es lo que se denomina arte" y por lo tanto, lo puede ser cualquier
cosa.
Carta de Marcel Duchamp a Hans Richter (1962). Citada por Edward Lucie-Smith en
Movimientos en el Arte desde 1945, Emecé Editores.
Cita
en el texto, PÉREZ SEGURA Javier, Nuevas imaginerías del arte:
El juguete como escultura moderna, Universidad Complutense de Madrid,
Departamento de Historia del Arte Contemporáneo Madrid, ed. Anales de la
historia del arte vol. 15 (2005) p. 285. -En concreto, en ese texto fundamental se puede leer: “regresando, si se
puede, por un esfuerzo retrospectivo de la imaginación, a nuestras más jóvenes
impresiones, y vemos cómo se siguen nuestras facultades espirituales más puras
e intactas. El niño ve todo como novedad. Nada se parece más a lo que se llama
inspiración que la alegría con que el niño absorbe la forma y el color. El
genio es la infancia reencontrada a voluntad… El salvaje y el niño testimonian,
por su aspiración ingenua hacia lo brillante, hacia la majestuosidad
superlativa de las formas artificiales, su disgusto por lo real que prueban la
inmortalidad de su alma”. Baudelaire, Écrits sur l’art…, op. cit., pp.
374-380.
PÉREZ SEGURA Javier, Nuevas imaginerías del arte: El juguete como escultura moderna,
Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Historia del Arte
Contemporáneo Madrid, ed. Anales de la historia del arte, vol. 15 (2005) p. 285
RECIO FERNÁNDEZ Eloy, El juego: un
planteamiento filosófico, A parte rei
revista de folosofia, no.66, España (Noviembre 2009) p.24
HEIDEGGER Martin, Introducción a la filosofía de, 1999, Cátedra, Madrid, 2001, p.
329
GADAMER Hans-Georg, Verdad y método,
ediciones SÍGUEME-SALAMANCA, 1999, España, p. 143 en este libro se encuentra
una cita sobre la palabra juego donde se explica el concepto de spiel
que a la letra dice “El termino alemán correspondiente, das spiel, posee una serie compleja de
asociaciones semánticas que no tienen correlato en español, y que hacen difícil
seguir el razonamiento que se plantea en los capitulos siguientes. La principal
de estas asociaciones es la que lo une al mundo del teatro: una pieza teatral
también es un spiel, juego; los
actores son spieler, jugadores; la
obra no se interpreta sino que se juega: es wird
gespielt. De este modo el alemán sugiere inmediatamente la asociación entre
las ideas de juego y representación, ajena al español.
Véase GRASSET
Jean-Paul, El mundo como juego de la vida. Heidegger, el concepto de Spiel y la
trascendencia, Doctorado en Filosofía mención Estética
y Teoría del Arte, Facultad de arte de la universidad de Chile, 2009, pp. 8,9
HEIDEGGER Martin, Introducción a la filosofía, 1999, Cátedra, Madrid, 2001, p.
322